domingo, 16 de noviembre de 2025

¡Eeeek, Eeeek!

¡EEEEK, EEEEK!

De haber sobrevivido al cataclismo, la señora Collins se habría deslomado pasando el plumero y el aspirador, viendo incrédula cómo, por mucho que cerrase puertas y ventanas, la capa de ceniza llegaba cada vez más alto. A causa del aire contaminado no podría apenas respirar y al coger el teléfono para llamar al médico le habría sorprendido que no hubiese línea. Se habría alarmado al ver cómo se marchitaban las ROSAS de plástico del jarrón de la mesita; cómo caían al suelo, inertes, los pajarillos del papel pintado; cómo goteaban las lágrimas de la lámpara del techo, poniendo perdida de barro la moqueta del salón.

Pero lo más espeluznante para ella y para cualquiera que estuviese en su pellejo habría sido oír al gnomo del jardín aporreando la puerta, chillando desesperado, mientras una rata enorme, apoyada sobre sus hombros, hacía jirones a dentelladas sus orejas de escayola antes de devorarlas.