PIRIPI
―¿Qué es el curry? ―chilla la tía Tomasa desde la banqueta mientras apura su
tercer vaso de moscatel―. ¿Vas a
hacer una sopa inglesa, María Concepción?
Yo lavo las manzanas bajo el
chorro del grifo y observo por el rabillo del ojo a mi cuñada Concha, que
aprieta con fuerza los labios. Y el cuchillo con el que está picando los ajos.
―Tía ―me dirijo
en vano a ella―
recuerde lo que le recomendó el doctor: un dedito de vino. Al día.
Claro que el doctor podría haber sido más
explícito: un dedo ¿cómo? ¿En horizontal o en vertical? La tía Tomasa, desde
luego, ha entendido lo segundo.
―Sois
muy pejigueras, me fatigáis mucho ―masculla
envalentonada agitando incrédula la botella vacía.
En realidad, la tía Tomasa no
es de la familia ni nada. Fue la niñera de mi suegro. Cuando este creció, sus padres
no supieron cómo deshacerse de ella y se la quedaron. Bastantes años más tarde,
mi marido y su hermana la heredaron con la casa.
―En serio te lo digo ―se queja Concha al tiempo que rehoga las verduras. Para
entonces, la tía Tomasa ronca con la cabeza apoyada sobre el mantel― que cada vez que relleno el
crucigrama del periódico y sale la palabra «adir» me entran unas
ganas de…