SOLA
Te
sientes genial sola, comiendo a la hora que te da la gana, sin tener que
cocinar ni enfadarte con Dani cuando apartaba en una esquina del plato, poniendo
cara de asco, los trocitos de zanahoria que echabas a las lentejas; o cuando reducía
a mazacote, aplastándolo con el tenedor, el pescado; o cuando volcaba sobre la
mesa —mantel ni te molestas ya en poner— un vaso de Cola-Cao, de zumo o de agua.
«Qué
torpe eres, hijo», le gritabas, y mírate ahora, cuánto le echas en falta, qué
ganas de que regrese del campamento, qué triste está la casa.