EL RECREO
Es una delicia contemplar a los pequeños jugar felices y pegar gritos de
alegría. Madeleine y Linda están dando saltos sobre un charco de agua,
remangándose divertidas las faldas, poniéndose de barro hasta arriba. Nicholas
hurga con un yerbajo en un agujero del suelo, provocando un caos en el
hormiguero. Pero en cuanto se aleja a perseguir una lagartija para cortarle el
rabo y ven pasar el peligro, las hormigas vuelven a cerrar filas y continúan
entrando y saliendo tan tranquilas, como si nada hubiera ocurrido. A Bobby lo
que más le gusta es subirse al peral, comerse sentado en una rama una pieza de
fruta, sentir los jugos resbalando por su barbilla y después, cuando cree que
nadie le mira, quitarse la ropa y saltar, en plan Huckleberry Finn, al río. Un
río de aguas turbias y caudalosas y que suele bajar con mucha fuerza formando
remolinos. Pero él, tan aventurero, casi siempre logra agarrarse a un tronco y
nadar hasta la orilla. Menos hoy, que ha tenido que cogerle de los pelos la
maestra, que le estaba viendo de reojo, y tirar de él para fuera. Cuántas veces
le habrá repetido que no sea tan bruto y que juegue a cosas normales, como los
otros niños.
Les encanta el contacto con la naturaleza, por eso es comprensible que unos
hagan pucheros, otros protesten iracundos o que algunos, como Bobby,
manifiesten a chillidos su cabreo, dando patadas y puñetazos, cuando, concluida
esta hora semanal de asueto, el robot encargado de la sala de descanso les
retire sin contemplaciones las gafas 4D, desconecte monitores, apague las luces
y les envíe a sus cápsulas a dormir. Y sin hacer ruido.