LA CASA DE MUÑECAS
Que en su primer día como
asistenta en aquella casa le encargase doña Asun fregar el suelo de su casita
de muñecas, pasar el polvo y repartir por la diminuta sala dedales decorativos
con brotes de lentejas, le pareció a Fernanda una chaladura. No sabía si
contárselo a la hija que la había contratado para limpiar un poco entresemana y
dejar algo hecho para la comida y la cena. Y que además ese viernes le pidiese
la anciana, antes de irse a la peluquería, que envolviera en papel transparente
un dadito de queso curado de oveja, otro de paleta ibérica, un biscote, una
fresa y un botellín de cava de los de hotel que guardaba en la alacena y que lo
metiera en la mini nevera, ya le hizo sospechar de una posible demencia.
Pero cuando el lunes, tras
no lograr despertarla de su sueño, se arrodilló a regar con un cuentagotas las
lentejas, observó atónita que en los peldaños de la escalera estaban esparcidos,
como un reguero, unos mocasines, un traje y camisa gris, una corbata y, en el
suelo del dormitorio, unos calcetines y unos calzoncillos negros.
Y, como era de esperar, las
sábanas de la cama revueltas.