EL DESAYUNO
Es una manía que arrastra
desde siempre Julián: anticiparse a los acontecimientos poniéndose en lo peor.
Igual es porque cuando algo le ilusionaba mucho, la dicha poco le duraba. Si un
globo que llevaba anudado al puño en la cabalgata el viento se lo podía
arrebatar, adiós globo. Si a una bici nueva iba a pinchársele una rueda, tenía
que ocurrir lo más lejos posible y hala, a volver tirando de ella no sé cuántos
kilómetros hasta casa. Si la tinta de un Rotring podía gotear sobre un diseño
que le había quedado perfecto y arruinarlo, tenía que ser en el examen final de
dibujo técnico del último curso de la carrera.
El caso es que su plan de
poner una cafetera para desayunar —podía como mucho ofrecer unos
yogures que había en la nevera, nada más—, despedirse de las chicas y hasta
luego, cada una a su casa, que él mañana tiene comida familiar, intuye que no
va a funcionar. Entre tragos, bromas y jijijajá, ha sacado el tema para tantear,
como quien no quiere la cosa, y lo ha visto complicado. A Jessica
los lácteos no le van nada. De azúcar ni oír hablar, puro veneno. Y el café no
le gusta, ella solo desayuna té Kombucha con dos gotitas de pomelo y nada más.
Marion, sin embargo, dice que los domingos lo que más le puede apetecer es
dormir hasta mediodía y claro, cuando se levanta tiene tanta hambre que devora
lo que se le ponga por delante: tostadas con aguacate, salmón y aceite de oliva
virgen extra; huevos revueltos con jamón; croissants o churros recién hechos
con chocolate; un bol con piña, kiwi y mandarina; y que no falten dos cafés
bien cargados, pero con sacarina y leche vegetal. Y Clara, que lleva dos
tequilas de ventaja sobre los demás, dice que a ella, para desayunar, le da
igual una cosa que otra, pero que unas fresas con nata estarían fenomenal. Eso
sí, lamiendo directamente con la lengua del torso desnudo, los pezones, el pene
de Julián.
Total, que pese a que la idea
de un trío —lo de
cuarteto les hacía mucha gracias, les sonaba a violines y guitarras— con
él fue de ellas, a que estaban preciosas con sus vestiditos de tirantes, tan
morenas y escotadas, y a que los chupitos les habían desinhibido a los cuatro y
ya se acariciaban y besaban sin ningún recato en aquella terraza de verano, a
punto de ver salir el sol, Julián les dijo que iba un momentito a mear. Y
mientras se alejaba a paso ligero hacia la parada de taxis, se sintió muy
aliviado. Menudo peso de encima que se acababa de quitar.