domingo, 30 de marzo de 2025

Confort

CONFORT

De la noche a la mañana apareció en la finca del vecino una hamaca atada a los troncos de dos manzanos. Nos extrañó, porque no imaginábamos al tipo aquel despatarrado sobre la lona balanceándose, mirando pasar las nubes con los ojos entrecerrados. Al contrario, el Salustiano era un hombre muy activo y siempre andaba atareado con algo: arando la tierra, segando, echando semillas, quitando malas hierbas, recolectando verduras, regando o podando los frutales.

Nos olvidamos del tema hasta que una tarde le vimos instalar un jacuzzi en mitad de la huerta. «Se le está yendo la olla al viejo», pensamos. En los alrededores, muchos granjeros ponían bañeras como abrevadero para el ganado, pero es que el Salustiano no tenía animales; se dedicaba a sus manzanos, su sidra y sus compotas, y a plantar lechugas, puerros, berzas, tomates, calabacines, rábanos. Decidimos que, quizás, lo usaría como depósito para recoger el agua de lluvia y lo dejamos pasar.

Poco después, descubrimos que había colocado entre los repollos un inodoro, con su papel higiénico y todo, y un poco más allá, detrás de unos setos, un somier con su almohada y su colchón. Que estuviera chiflado era una opción, claro; pero aunque fuera un hombre solitario siempre nos había parecido muy cabal, y por eso seguimos, atentos y expectantes, cómo iba llenando de cosas —una silla y una mesa, un espejo, una jofaina, espuma y maquinilla de afeitar—, su finca.

Entendimos de qué iba todo aquello cuando, una semana más tarde, le vimos aparcar y sacar de su furgoneta una estaca larga envuelta en un vestido floreado, con dos brazos y dos piernas estiradas y una melena rubia alborotándose bajo un sombrero de paja —que medio cubría una mirada enigmática y una sonrisa sensual— que situó, con exquisito cuidado, bien arrimada a su espantapájaros.