domingo, 30 de marzo de 2025

Playa, playa

PLAYA, PLAYA

Desde la habitación del hotel de Nati y Pedro se ve un sol radiante, un cielo azul precioso y una nube inofensiva, blanca, que parece como si flotara. Apoyados los codos en la barandilla de la pequeña terraza, observan en silencio la playa. No necesitan comentar nada, ambos piensan igual.

Arderá tanto la arena que ni con chanclas se librarán de quemarse la planta de los pies desde el paseo hasta la orilla. Habrá que recorrer ese tramo a pasitos cortos y rápidos, casi sin apoyar. Ya instalados cerca del mar, abrirán la sombrilla, se untarán mutuamente de crema protectora la espalda, estirarán las toallas y al rato fijo que una pelota o un niño los salpicará de arena y se les quedará pegada. A los cinco minutos el bochorno y la sensación de pegajosidad, tan incómoda, les obligará a bajar a remojarse en el agua, pero debido a unas corrientes marinas estará helada y al meter el tobillo dará la sensación de que un cuchillo lo rebana. Aun así, se refrescarán con las manos, se salpicarán el uno al otro, mirándose como dos bobos, y una vez empapados una nube negra tapará el sol y tendrán que salir a toda prisa del arenal, protegiéndose con lo que puedan de las gruesas gotas de agua de esta tormenta estival.

Pero se miran, se meten para adentro, se ponen los bañadores y bajan cargados con bolsas, sombrilla y toda la parafernalia. Y cada año repiten una semanita en la playa. Porque hay que aprovechar ahora que podéis, les dicen los hijos. Que lo mismo otro año ocurre una desgracia, o uno enferma, o se rompe algo, o vete a saber. Y en ello están, en rellenar las horas como mejor pueden, aparte de tachar los días que faltan para regresar a casa que es donde mejor están.