MUNDO HOSTIL
Parece
que siempre tiene que ocurrir algo que haga enfadar a Vicente. Unas veces, es
el fastidio que le supone subirse al bus y tener que viajar de pie, aunque haya
solo dos paradas hasta el bar donde le gusta tomar el café, porque nadie tiene
la educación de levantarse y ofrecerle su asiento a un jubilado. Otras, el
trastorno que le ocasiona que, en el paso de peatones, no paren los coches y
tarde unos minutos más de lo habitual en entrar al local, los suficientes para
que otro parroquiano se le adelante y se agencie el periódico del bar.
Este
contratiempo le cabrea mucho. La rabia empieza entonces a reconcomerle por
dentro y la nota trepar desde las tripas hasta las sienes, mientras el tipo
ese, además de leer despacísimo, se chupa el dedo pulgar cada vez que pasa una
página. Cuando casi una hora después lo devuelve a su sitio, Vicente se pide
otro café, este descafeinado porque bastante alterado está ya, y lo despliega
en la barra ante él dispuesto a disfrutarlo a gusto.
Pero
muchos días, no es esta tarea fácil. ¿Por qué? Pues porque o se le pone uno a
la chepa mientras lee los deportes, lo cual le da mucha rabia; o en la página
de las esquelas ve a un conocido de su edad, a quien veía cada mañana corriendo o montando en bici; o
porque los vecinos de un barrio cercano al suyo protestan porque el
ayuntamiento ha retirado un banco donde se sentaban a tomar el sol, ¡dónde
vamos a parar! O porque ha perdido su equipo, o la película programada para
esta noche no es de su agrado, o encuentra una falta de ortografía grave —«argallo»;
¡hay que ser garrulos, ya ni los periodistas saben
escribir!—. O hay un pesado venga a echar a la máquina tragaperras, con lo
molesto que es el ruido. O el perrito de la clienta que hay a su lado no hace
más que frotarse el morro lleno de babas con la pernera de su pantalón. O,
simplemente, porque se le tiznan los dedos de negro.
Peor
hoy no puede ir la cosa, se dice, así que se termina de un trago el café, ya
frío, se levanta y cierra de mala gana el periódico antes de la sección de
pasatiempos, porque lo más seguro es que algún imbécil haya completado ya el
autodefinido.