domingo, 30 de marzo de 2025

El cuadro

EL CUADRO

Marca un reloj antiguo que hay en el cuadro de la cocina un tiempo que ya no existe. Las agujas quedaron detenidas para siempre en las cuatro y veinte. De la tarde, no de la madrugada, porque a nadie se le ocurriría levantarse en plena noche para prepararse un té negro o un café. Y es que sobre el mantel se ve una taza con un líquido oscuro humeante el humo no se mueve, quedó suspendido en el aire—, un azucarero con una cucharita dentro, una servilleta a un lado y, en el centro, una jarra con una rosa recién cortada. Por la ventana se ve un paisaje verde, un bosquecillo al fondo y unas vacas que pacen.  

Como el cuadro está en la pared de un primer piso en una zona bastante ruidosa del centro urbano, al viejo que vive ahí le ha despertado el estruendo del camión de la basura que lleva un rato triturando cosas debajo de su ventana. «Así no hay quien duerma», se dice enfadado mientras calienta en el microondas un vaso de leche con miel y espera que regrese el sueño. Se lo bebe a sorbitos de pie, sin encender la luz del techo, y aguarda a que le entre el primer bostezo.

A través de los cristales de la ventana deja vagar la mirada. Por el horizonte salpicado de huertas y el cielo estrellado si viviera en mitad del campo. Pero sobre esto ya bastante ha fantaseado, ha echado cuentas y con la pensión que cobra hace tiempo que lo ha descartado; y tampoco se ve atracando un banco. Así que, resignado, se termina la leche mientras observa al camión de la basura parando en cada contenedor de la calle y vaciándolo.

Mira entonces distraídamente el cuadro que se trajo de la casa donde vivieron sus padres. Y aunque le da rabia arañarse los dedos con las espinas de la rosa cuando le cambia el agua, siente que es un poco como estar en el campo: poder disfrutar del aroma fresco de la flor que se extiende por todas las estancias y del rojo perenne de sus pétalos resistiendo el paso de los años.