domingo, 30 de marzo de 2025

Mar adentro

MAR ADENTRO

—¿Oyes las gaviotas, Celine? —musitó el hombre. Tosía las sílabas, desfallecido. La enfermedad había licuado su cerebro, no podía dormir y llevaba horas delirando.

Entre las rendijas de la persiana se filtraba una claridad púrpura: pronto saldría el sol. Ella iba y venía, poniendo paños húmedos en su frente, cambiando las sábanas empapadas en sudor.

—Tengo los pies helados —gimió, angustiado—. La marea me arrastra, Celine, ¡por favor, ayúdame! —Sus ojos la miraban suplicantes.

Ella tomó su mano y él la asió con fuerza.

—No tengas miedo, Marcel —dijo dulcemente—. El mar está en calma, iremos entrando poco a poco. Mira el azul del cielo, siente la arena bajo tus pies. Ahora nos cubre por el pecho; no, no te suelto. ¿Ves aquel barquito velero? Tenías razón: en el mástil están posadas las gaviotas que antes oías.

Notó entonces Marcel que una corriente lo abrazaba, lo envolvía. Las olas lo arrullaban, lo mecían, mientras le invadía una inmensa paz. Nunca había sentido tanta gratitud. Aflojó la mano que lo sujetaba y se dejó llevar hacia el fondo.

En ese momento le pareció a Celine que una brisa de algas y yodo impregnaba con su aroma toda la estancia.