SEQUÍA
Era mi sueño. Salir descalzos en
medio de un aguacero y, abrazados, dejar que la lluvia nos calase, empapara
nuestro pelo y resbalase hasta nuestras bocas, unidas en un dulce beso. Se lo
repetía a Laura mañana, tarde y noche, para sugestionarla. Aunque los médicos aseguraran
que no podía oírme, que posiblemente no despertaría jamás.
Pero a los cuatro meses salió
del coma y recuperó su puesto de encargada en el supermercado. Regresaba a casa
agotada y caía rendida en el sofá. Los domingos eran, decía, para descansar.
Nunca mencioné aquel deseo.
Para qué, si nunca volvió siquiera a lloviznar.