PRECOZ
—¡Prefiero las ratas voladoras! —berreaba
el niño, pataleando y dando puñetazos a la madre.
—Es el más feo de todos… —suspiraba
ella mientras pagaba el murciélago en caja. Esa noche, el pequeño se acostó
abrazado al peluche. Cuando fue a despertarlo por la mañana lo encontró dormido
dentro de un cajón que había vaciado. Dos hilillos de sangre le rodaban desde
la comisura de los labios. En la jaula descubrió el cuerpo del hámster tieso
como la mojama.
Entonces sintió hundirse el
suelo bajo sus pies al recordar la advertencia de sus amigas cuando compró
aquellos frascos de semen en una web rumana.