LA
FRONTERA
Su padre también le dejaba
conducir la furgoneta cuando patrullaban por la alambrada. Tenía casi dieciséis
años, pronto se sacaría el carné, y aquel verano le acompañó varias veces al
desierto. Allí practicaban el tiro contra una lata vacía o dormitaban a la
sombra de una roca. Si había suerte, su viejo le permitía rematar a algún frijolero despellejado por el sol, o
manosear a alguna chamaquita aterrorizada antes de esposarla y subirla al
remolque.
Se creía un hombre, pero en la
comida de Acción de Gracias tuvo que bajar la cabeza cuando su padre le
avergonzó por trinchar el pavo antes de terminar de bendecir la mesa.