YUGO
«Con qué poco se conforma una», piensa
Remedios mientras pulsa el piloto de la cocina de gas y se inclina para prender
un cigarrillo. Aspira con deleite el humo, expulsa lentamente cada bocanada y
cuando termina de saborear el primer pitillo que se fuma en paz dentro de la
casa, enciende otro con la llama azul y contempla a Leoncia, su madre, sentada
frente a un cuenco de sopa de fideos volcado sobre el mantel, toda rígida y
morada. Se suelta el delantal que lleva puesto desde que tiene memoria y lo tira
al cubo de basura junto a los chantajes y amenazas que le ataban a la tirana.
La mira con desdén, echándole el humo a la
cara. Pese a ser centenaria, menudos chillidos pegaba, «¡¡¡putaaa,
inútil, marranaaa!!!, y con tal de
armar follón, y para arrearle unos guantazos, solía reprocharle que la
sopa estaba aguachirri o hirviendo o helada. Era incluso capaz de arrancarse un
pelo del pubis y echárselo al caldo para insultarla.
Mientras apura el cigarro, observa pasmada las
antenas de un insecto que asoma entre los labios azulados. «¿El grillo
de la jaula? Vaya descuido que ha tenido, ¿eh, madre?» murmura dando otra
calada.