LLUVIA DE ESTRELLAS
Toda suspiros era Mariví desde
que la invitara el Juancho a ver las Perseidas en el Seat Panda que le dejaba
su padre. Mientras se ponía colorete y carmín y unas gotas de perfume detrás de
las orejas, gesticulaba frente al espejo, entornaba los ojos, parpadeaba
coqueta, sacaba y metía la lengua, fantaseando con una noche de pasión. No tenían
cabida en su imaginación el olor al ambientador de pino que colgaba del espejo
retrovisor, el de las colillas de Ducados del cenicero, las moscas pegajosas,
la cerveza caliente y, mucho menos, los nubarrones que esa noche cubrirían completamente
el firmamento.