SUITE NUPCIAL
«¡Qué cosquilleo más delicioso
en el cielo del paladar!», sonríe Camille mientras da un sorbo a la copa de Dom
Perignon. Después la posa en la bandeja, se sienta sobre la cama de dos metros
bajo el tul del dosel, coge uno de los bombones Cailler, retira delicadamente
el envoltorio verde y plata y le da un mordisco. Y es tal la explosión de
placer, con el licor de cereza mezclándose con el del chocolate que se funde en
su boca, que cierra los ojos para disfrutarlo mejor y se deja caer sobre la
colcha, cubierta de claveles y de rosas y de orquídeas y de peonias. Y como no
podía ser de otra manera, con la tibieza de los pétalos acariciándole los
brazos desnudos, la fragancia de las flores, el sabor de los productos gourmet y
el confort del colchón viscoelástico, se queda medio dormida, con expresión de
placer, soñando con un riachuelo, unos nenúfares, unas campanillas, vamos, el
mismísimo paraíso… hasta que sobresaltada grita «¡ay, me ha picado una avispa!», y se
incorpora de un salto. Pero no es una picadura, no, sino un pellizco de Marie, la
otra camarera de piso, «así no duras ni dos días aquí», le advierte, mientras se
termina lo que queda del
bombón, recoloca las flores de la cama y se lleva a rastras a una todavía
aturdida Camille a continuar con la siguiente habitación.