CRIANZA
No le gusta a Moncho nada ir a clase, sentarse en el pupitre a extraviarse
en el laberinto de las matemáticas, mirar el mapamundi para saber dónde está
Ucrania o qué provincias riega el río Guadiana. Del libro obligatorio este
curso, La Celestina, sigue sin pasar de la primera página. Y le importa un
pepino quiénes fueron los Reyes Católicos o cuál es el pico más alto de España.
Todo eso al muchacho le da igual. Lo que realmente le motiva ahora mismo es
crearse una imagen propia, única, inconfundible. Con esa finalidad lleva más de
dos horas frente al espejo del baño, dedicado a perfilar su flequillo probando
distintos geles fijadores, el color más chulo, peinándolo hacia un lado o el
otro, hacia delante o atrás, determinando el largo idóneo y valorando también
el asunto de las patillas, el rasurado, la posibilidad de dejarse una perilla,
en fin, esas cosas tan importantes. Porque su objetivo es convertirse en
TikToker, crear contenidos, ser reconocido, hacerse viral.
Tan abstraído está contemplándose que no ve a sus padres parados en la
puerta, mirándole de brazos cruzados. Porque visto que todo son suspensos y que
está faltando a clase, y tras una breve tormenta de ideas en el salón de casa,
han decidido que, si no quiere estudiar, pues hale, a currar con el padre. De
lunes a sábado, en el mercadillo, jornada desde las cinco de la mañana para
comprar la fruta en el mayorista hasta las tres y pico o cuatro de la tarde que
terminan de recoger el tenderete, todo el rato sin parar, ayudando a descargar
cajas y subiendo pedidos a un montón de pisos sin ascensor.
Y tal como imaginaba su madre, «que para eso le he parido», según sus
propias palabras, un solo día en el mundo laboral ha sido suficiente para que
retome el curso con inusitado interés.