BAJO TIERRA
Como
los revisores del metro de Tokyo están tantos días de acá para allá, que lo
mismo arrancan un lunes en una parada y terminan en otro barrio a cien
kilómetros de distancia, la empresa ha habilitado en las principales estaciones
unos camarotes cápsula, para que duerman y no se tengan que preocupar de buscar
hotel ni salir a la calle. Así además al día siguiente están en su puesto
puntuales. Son habitáculos de dos metros de ancho por dos de largo y uno y
medio de alto, suficiente para caber tumbado o sentarse plácidamente, con las
piernas estiradas, a leer o mirar el móvil. Tienen además un hueco en la pared
donde hay sitio para una muda, el cepillo de dientes, el peine, una toalla que
facilita la compañía, ¿acaso se necesita más? Por si fuera poco, también les
dan un bono de ida y vuelta gratuito diario. Se lo descuentan todo ello, eso
sí, del sueldo, porque esto no es las hermanitas de la caridad, pero aun así,
queda una nómina suficiente para pagarse una habitación de alquiler, el parquin
de la bicicleta y dos platos diarios de ramen o fideos calientes. Aunque
siempre tiene que haber algún inconformista como Takahiro que, a escasos meses
de jubilarse, hoy se ha decidido, se ha armado de valor y le va a decir ―más bien comentar, que no es él de entrar en polémicas― a su superior, tímidamente y sin levantar del suelo
la mirada, que para cuándo tienen pensado poner agua caliente en los lavabos.