ATREZO
Cuesta entender que las calles de Avalon amanecieran
cada día ocupadas por tenderetes que ofrecían manzanas al visitante. Y no porque
estuviesen podridas, o con gusanos, o picoteadas por las aves, nada de eso, al
contrario. «One apple a day keeps the doctor away», podía leerse en las
cajas que contenían ese fruto de un olor penetrante, de un color rojo, amarillo
y verde que hipnotizaba, de un sabor, dulce o ácido, que hacía la boca agua.
Lo sorprendente era que en sus barrios y plazas
había cientos, miles de manzanos a rebosar de frutas en sus ramas. Entonces,
¿para qué ir al mercadillo a comprarlas, si podías cogerlas gratis del árbol? Aquella
mañana, todo parecía indicar que nada había cambiado y no se veía ni un solo ciudadano
por las callejuelas desiertas, ni ningún vendedor detrás de la mercancía. Porque
Avalon es una isla mitológica que unas veces sí, otras no, aparece entre las
brumas de los pantanos.