VOCES
Interrumpen el sueño de Clara dos gorriones que
trinan alborotados en el alféizar de la ventana. «Algo va mal», murmura,
amodorrada. Sin fuerzas para despegar los párpados, y aunque quisiera no oír
nada, le deslumbra a través de la persiana la claridad del día y le llegan las
bocinas de los coches, un frenazo en el asfalto, el bullicio del tráfico ahí
abajo.
Contra su voluntad, cuenta las ocho campanadas del
reloj de la iglesia. Lentamente, va percibiendo también los sonidos de
alrededor: el goteo de un grifo mal cerrado, el despertador del vecino, una
pinza que cae al patio. Y, de pronto, las voces. Al principio son un murmullo
lejano, pero van acercándose a ella hasta susurrarle al oído, recriminándola,
«qué haces sobre tu vómito, qué asco das, eres una desgraciada».
Se sienta en la cama y hunde la cara en la
almohada, «no puedo más, no quiero oíros, marchaos», pero las voces no callan.
Como se hace tarde, se recompone como puede y se seca las lágrimas para no
alarmar a Laura al despertarla, y mientras le prepara el Cola-Cao y un bollo
para el recreo calcula mentalmente que con dos blísteres, la próxima vez, no
podrán despertarla.