AUTOPSIA
A Hilda le parece preciosa la letra del doctor. Mientras pone una lavadora con las sábanas sucias, observa admirada su caligrafía: eses como cuellos de cisne, mayúsculas que se estiran altivas, vocales saltarinas que parecen estar vivas. Lleva escrita una hoja entera sin tachones ni enmendaduras.
Ha venido en cuanto ella le telefoneó. Está sentado
frente el cadáver del esposo, anotando la causa de la muerte. El desgraciado
tiene el rostro como un pergamino, los labios morados y la lengua negra bajo el
bigote gris. Hay vómito húmedo en el pijama y está hasta arriba de caca
líquida, se ve que ha vaciado enteras las tripas, piensa el doctor mientras
apunta en su cuaderno que una soga ficticia le quebró el cuello y murió
asfixiado por ahorcamiento.
También piensa, mientras redacta una nota de
suicidio llena de faltas de ortografía, que esa mujerona lujuriosa se ha pasado
con el matarratas.