EL PADRINO
¡Porca miseria!, reniega don Luciano cada domingo por la tarde.
Cada vez le cuesta más empezar los lunes, porque organizar los turnos de
trabajo a sus secuaces, ¿quién dijo que fuera fácil? Que si rebana la oreja de
un secuestrado; que si prende fuego al automóvil de un policía; que si manda
una cabeza de caballo dentro de una caja a un juez; que si friega bien la
sangre de los fajos de billetes… Y además, para que todos mueran de envidia,
tiene que representar el PAPEL de machote, ordenar traer a las putas más
guarras y correrse en sus bocas de muñeca hinchable, ¡qué asco!, con lo a gusto
que está él yendo a misa con su familia, trinchando un pavo asado en su casa y durmiendo
la siesta después de hacer el amor con su mujer, «mi tesoro», en la
postura del misionero y con la luz apagada.