HÁBITAT
Lo de la ballena mirándole con
curiosidad no se lo contaría al conserje de su empresa cuando al regresar le
preguntase, como de pasada y sin interés, mientras estudiaba en un catálogo las
ofertas del supermercado de la esquina, que qué tal las vacaciones. Cortaría el
relato del avistamiento de cetáceos un poco antes, en lo del salto que dio en
el aire y el coletazo que pegó, calando enteros a todos los de la embarcación.
No, quizá eso era enrollarse demasiado; mejor le diría que apenas vio el lomo
de unos calderones, y de lejos, que lo mismo podrían haber sido bolsas de
plástico flotando en el océano.
Para antes de enredarse en
detalles y caer en alguna contradicción, ya se habría abierto la puerta del
ascensor y él, resoplando y aflojándose la corbata, se apresuraría a
atrincherarse en su tugurio de seis metros cuadrados con ventanuco a un patio
interior, encendería el ordenador y se pondría, con regocijo, a abrir y
contestar correos, devolver llamadas perdidas, rellenar pólizas, esa rutina tan
relajante, dejando atrás treinta y un días metido en su apartamento,
sobreviviendo gracias al aire acondicionado y los folletos de excursiones en
las Islas Canarias.