TAL
VEZ MAÑANA
Le habría encantado crear sus
propias historias, ser escritor. Desde niño le gustaba mucho leer y tenía la
cabeza llena de localizaciones, de tramas, de personajes, pero si no era por
una cosa era por otra y al final lo de empezar su novela lo tuvo que ir
dejando.
Porque antes había que vivir
mil aventuras en el pueblo, divertirse en las verbenas, enamorarse de Clara,
hacer la mili, sacarse año por año Derecho, hincar los codos para aprobar una
oposición, casarse con Clara, buscarse un trabajillo extra por las tardes, comprarse
un pisito y más adelante, con siete hijos, una casa más grande. Pagar
dentistas, excursiones escolares, matrículas universitarias, y ya jubilado
aprovechar para hacer viajes: a Fuengirola, a Benidorm, a Cádiz. Pero siempre
en autocar, que a Clara los aviones le aterrorizaban.
Un día vino Clara del taller de manualidades con un portafolios
de piel curtida, muy suave al tacto, todo cosido a mano, con unos detalles por
aquí y por allá preciosos, una cosa que daba gusto verla, olerla, tocarla.
―Mira, te he hecho
en clase las tapas de tu libro, para encuadernarlo cuando esté listo.
Él tomó de sus manos el regalo, la abrazó y
retuvo con fuerza las lágrimas. Tal vez mañana, hoy no, le contaría que sus
personajes desde hacía días habían comenzado a abandonarlo.