EL SONIDO DEL SILENCIO
Se podía andar descalzo sin
ensuciarse los pies. Por poder, se podría hasta comer sobre el pavimento. No se
veía un escupitajo, ni cagadas de perro, ni chicles pegados al suelo. Como todo
era peatonal, no se oían frenazos, pitidos, sirenas, ni gritos de conductores
coléricos. Tampoco había policías ni señales prohibiendo esto o aquello. Se
respiraba paz, sosiego, recogimiento.
Pero a muchos, tanto silencio
les aturdía. Sentados bajo los cipreses, mareados por el olor de rosas y
crisantemos, acortaban la visita y recobraban la serenidad cuando, de regreso a
sus hogares, sus coches quedaban atrapados en algún embotellamiento.