CUENTA ATRÁS
Desde la puerta del piloto
hasta el faro trasero, ¡raaackkk!, duele imaginarse el chirrido que haría el
punzón al hundirse en la carrocería de su Jaguar XJ. Porque no era un simple rayón
de esos que hace una llave, no. La profundidad del surco delataba mucha mala
baba: bien hincada la punta hasta dentro de la chapa, arrastrando el
instrumento en zigzag, seguro que con las dos manos para dañar más el metal. Por
si esto no fuera suficiente, habían echado ácido corrosivo por todo el capó. Un
trabajo tan vil como concienzudo.
Así encontró Bosco su bólido
cuando salía recién duchado del club. Quieto como una estatua, casi ni
pestañeaba; tenía los ojos enramados, las pupilas dilatadas, la vena de la
frente cada vez más hinchada. Las gotas de sudor le iban formando cercos en su
camisa de seda blanca, las uñas se le clavaban en los puños apretados y la
cabeza parecía que le iba a estallar.
«Lo del coche tiene arreglo», bufó
dándole a una rueda una patada, «pero el mechón de pelos en el
peine, esta futura calva, Dios mío, ¡es el principio del final!».