domingo, 3 de octubre de 2021

Niebla

NIEBLA

A Felipa de vez en cuando le entra la pesadumbre de haber abandonado los estudios tan pronto y haberse puesto a trabajar en esta lavandería infernal, que parece un horno del calor que pasa. Y concretamente, en este preciso instante, se lamenta de no haber aprendido nada de latín. Solo se acuerda del «rosa rosae», el «veni, vidi, vici», el «citius, altius, fortius» y poco más; y con ese chapurreo no va a poder pedir socorro al gladiador romano a quien imagina cabalgando a lomos del corcel negro que se aproxima al galope, abriéndose camino a través de la niebla.

Así que, tendida sobre las baldosas como está, extiende los brazos y los agita, gesticula con la cara, ese hombre tiene que ver las señales de auxilio, actuar con rapidez y profesionalidad, rescatarla de este sótano insalubre y sin ventilar. Entonces, a través de los cristales empañados de la puerta de la lavandería, ve definirse la imagen del capataz. De pie frente a ella, con esa sonrisa equina que tanto odia, que por algo le llaman Caracaballo, acaba de tirarle encima un vaso de agua. Y la pobre Felipa, recuperándose de su indisposición, se levanta del suelo mareada, pide disculpas, se compromete a recuperar esos minutos perdidos al final de la jornada y continúa con el centrifugado de sábanas y toallas. De su salvador, del rescate y de cómo escapar, tan ocupada como anda, ya ni se acuerda.