LA VIDA NO ES BELLA
Una mañana al levantarme vi
que una paloma se había metido dentro de la jaula vacía. Mientras mamá dormía,
me puse a recoger las plumas que se le habían arrancado al atravesar la puerta
diminuta del que fue el hogar de nuestro jilguero. Le acerqué una tacita con
agua y unas migas duras de pan y al acariciarla sentí que su corazón latía
frenéticamente. Al poco, cesaron los temblores y cayó tiesa sobre el comedero.
Hasta aquel momento, mis
únicos recuerdos eran jugar con mamá a movernos sin que crujieran las tablas
del suelo, leerme cuentos a la luz de una vela, el regusto de la sopa fría. No
sé si era verano o invierno, ni si fueron meses, semanas o días el tiempo que
estuvimos encerrados en aquel sótano. Pero mientras escondía el pájaro muerto
en el fondo de un cajón, entendí por qué sollozaba mamá cuando me creía dormido
y supe que papá no regresaría jamás, que los destellos en el cielo nocturno no eran
fuegos artificiales y que lo que había allí fuera era el mismísimo infierno.