VENENO EN LA PIEL
Margaritas,
orquídeas, claveles… Cada domingo de los últimos tres meses, le llevo la
bandeja con el desayuno a la cama y pongo unas flores sobre la almohada.
Desde que descubrió mi desliz con la camarera de la terraza, se acabaron
los aperitivos. Me amenazó con echarme de casa, pero ¿dónde iba a ir yo, de qué
iba a vivir? ¡Si nunca he tenido un empleo! Entre sollozos y promesas, poco a
poco la fui convenciendo de mi arrepentimiento. Y creo que ya casi lo he
conseguido.
Ayer
por su cumpleaños le preparé una sorpresa muy especial. La llevé a un
salón de masajes y durante dos horas estuvo recibiendo todo tipo de cuidados.
Que si el cuello, la espalda, los glúteos… Para dejar los pies como nuevos, han
ideado una curiosa técnica que consiste en meterlos a remojo en un acuario
lleno de pececillos que van mordisqueando las durezas. Cuando lo leí por primera
vez en una revista, comencé a urdir un plan. La engañé para alargar la sesión y
estuvo allí sentada hasta que algunos bocados le provocaron pequeñas
heriditas en los dedos. Después, sustituí la pomada suavizante por un potente
veneno para plagas, me puse unos guantes y la masajeé, solícito, hasta que el
pringue quedó bien absorbido.
Y
parece que el producto ha hecho su efecto. No ha pegado ojo en toda la noche
debido a los calambres y picores. Por la mañana no ha podido ni levantarse, se
queja de tener los pies dormidos y las piernas entumecidas. Le he administrado
un somnífero y la he cogido de la mano hasta que se ha quedado profundamente dormida.
Si todo va como tengo previsto, pronto me convertiré en un viudo millonario.
Mañana pasaré a última hora por la floristería para encargar una corona de
crisantemos y convidar a un café a la guapísima dependienta.