EL
SOL
La risa un poco ronca y una
barba que siempre pinchaba cuando me dabas un beso. Tu mano retorcida se
sujetaba fuerte a mi brazo para no
perder el equilibrio al mismo tiempo que me ofrecías con la otra unos caramelos,
siempre de naranja o limón. Antes de salir, te pasabas varias veces el peine
por los cuatro pelos rociados con tu colonia favorita y metías unas monedas en
el bolsillo de tu chaqueta para los mendigos apostados en las esquinas de
nuestro recorrido habitual. No olvidabas torcer un poco el gesto ante el espejo
de la entrada, ensayando una sonrisa, la más hermosa que guardo en mi memoria.
Abuelito, no habrá más salidas
para ti, pero no olvidaré nunca la alegría con la que saludabas cada nuevo día.
En memoria de mi abuelo Jesús.