LA ARMADURA
El combatiente
atraviesa victorioso el umbral de su fortaleza y contempla con admiración en el
espejo el porte del vencedor. Durante varios minutos se recrea ufano con la
imagen. ¡Cuántas conquistas logradas con esa vestidura! El sabor del éxito le
despierta el apetito y su cerebro se anticipa al olor de los huevos con chorizo
que esta noche se va a zampar.
Al quitarse
el yelmo aparta la vista de su rostro, no reconoce esa mirada de cobarde. Se
desprende de la coraza y frunce el entrecejo al descubrir su barriga peluda. Tampoco
se identifica con ese cuerpo fofo, y rompe de un puñetazo el espejo. Se está
poniendo de muy mal humor… y ese pestazo... Pero no tiene ningún sentido seguir
fingiendo, aquí en casa no necesita el disfraz.
Entra en la
cocina y se le envenena el ánimo del todo al ver a la foca friendo unos
salmonetes. Nunca imaginó que el matrimonio pudiera deteriorar así a una mujer.
Y además, hoy no le apetece cenar pescado. ¿Tanto cuesta complacerle?
Enfurecido por la afrenta, se da media vuelta y regresa al vestíbulo para
desenvainar su espada.
Otra vez
provocándole, la muy zorra. Pues ella se lo ha buscado.