LA CABALGATA
Un desaliñado
Papá Noel arrastraba los pies por la plaza vendiendo globos de colores. Su
traje lleno de lamparones y su mirada de chacal parecían pasar desapercibidos
esta noche, en la que solo había sitio para la fiesta y la alegría. Con sus
garras mugrientas, sujetaba los hilos de un puñado de globos que se sacudían en
el aire y avanzaba a empujones entre el gentío.
Su rostro se
retorció con una siniestra sonrisa cuando descubrió con deleite a la pequeña
Celia, que iba sentada en su sillita de paseo aunque ya sabía andar: era la
víctima idónea. Le anudó el globo más grande en la muñeca y esperó paciente
acechando por el rabillo del ojo.
Impulsada por
una fuerza maligna, la niña se escurrió de su asiento dando saltitos de gusto
¡parecía que volaba! El hombre se relamió las fauces al verla llegar al borde
de la calzada, y a punto de ser aplastada por la carroza de un Rey Mago, una
potente ráfaga de luz blanca que solo él pudo ver envolvió a la pequeña
llevándola de vuelta a la acera.
Sulfurado, metió el peludo rabo entre las patas, y
resoplando, desapareció por una esquina rumiando su siguiente misión.