ATRAPADO
Con esa exactitud tan
característica de la ciencia, formamos fila en el patio de la escuela bajo la mirada
inquisitiva del padre Aurelio. Antes de entrar en el aula, examina concienzudo
orejas y uñas y hurga en las carteras en busca de dulces o tirachinas, que
requisa a los infractores tras arrearles un buen pescozón. En el fondo de mi
maleta voy escondiendo todos esos regalos infames, y cuando salgamos del
internado ya tengo un plan para deshacerme de ellos sin que me descubran. «Calladito,
eh, o me traigo a tu hermano», eso dijo el cura, y además prometí a mamá
defenderle de los abusones.