AÑORANZA
De su vida en blanco y negro
no quedó rastro cuando irrumpió ella como un torbellino. Sin preguntar, llenó
las paredes con cuadros de impresionistas, cambió la moqueta por una alfombra de patchwork japonés y
descolgó las cortinas para dejar paso a la luz del sol. Con todo, lo más
perturbador fueron las pastillas de jabón que invadieron los armarios, cuya
esencia diluía en su alma el alcanfor de una rutina gris.
Un día ella se marchó como
había llegado, sin avisar. En el vacío de su ausencia quedó flotando una nube
de pompas pulverizadas, y ni siquiera el paso de los años ha logrado disipar el
aroma que aún rezuma de su recuerdo en las tardes de lluvia salada.