MUSARAÑAS
En un lugar que a Camilo se le
antojaba remotísimo, aunque pudiera verlo desde la ventana del aula, una niña
de coletas pelirrojas y pecas por toda la nariz saltaba a la comba con sus
amigas. Estaban en su rato de recreo. Pero no importaba dónde estuviese Lucía,
pues hasta con los ojos cerrados podía imaginar sus párpados de muñeca, su piel
tan blanca y fina, sus uñas color chicle. A punto estaba de imaginar, también,
el color de sus braguitas debajo del uniforme azul cuando un pescozón del maestro
lo despertó para señalarle el pupitre. El examen en blanco todavía estaba allí.