domingo, 3 de mayo de 2020

Terapia express


TERAPIA EXPRESS

Tropezamos en la T4. Me miró. Fue un instante para él, toda una vida para mí. Se disculpó, me ayudó a levantarme y continuó su camino. Yo me quedé con el roce de sus dedos en mi mano y mientras seguía pasando la mopa, mi mente voló a Tokyo. Ah, que no lo he dicho: era japonés, o chino.
Viviríamos en una casita muy feng shui: cada cosa ordenada en su sitio. Yo cuidaría del frondoso jardín, de las flores de loto, de los pececillos del estanque. Y él prepararía un té de jazmín en nuestra cocina requetelimpia. Y tendríamos un hijo precioso, con sus ojos rasgados y su flequillo liso.
Pero el amor se acabaría, porque éramos tan distintos. Yo me volvería a mi país y vaya lío con el vete y ven del crío, que si dónde pasaría las navidades, los cumpleaños, las vacaciones…
Cada vez que riño con mi Pepe me choco intencionadamente con algún pasajero atractivo mientras limpio la terminal. Se me suele quitar así el cabreo y luego vuelvo a casa deseando darle un achuchón al atontado de mi marido. Eso nunca, ni con el japonés ni con ningún otro, me habría apetecido.