domingo, 3 de mayo de 2020

Convivencia


CONVIVENCIA


—Como la tortilla de patata que hacía mi abuela, ninguna. Esto, compañeros, no admite discusión —empezó a decir Mauro. Era el más hablador de los cuatro.
Se me está haciendo la boca agua. Gerardo se restregó con la manga la barbilla por donde le caía un hilo de baba.
Al ver que los otros no decían nada siguió con su relato. Se le hacía insoportable tanto silencio.
—Teníamos un huerto continuó, animado. Era pequeño, pero había de todo: patatas, puerros, calabacines, repollos. También una higuera y perales. Ya os digo, de todo. Yo siempre me ofrecía voluntario para ir a por cebollas. Escogía las más tiernas y aromáticas, ¡cómo olían cuando las arrancaba! Y luego mi abuela hacía el sofrito con un pimiento verde. Mientras aquello se pochaba a fuego lento y un aroma delicioso impregnaba la cocina el recuerdo de esto le llevó a estirar un poco el cuello y olisquear el aire, yo batía los huevos recién puestos por gallinas que vivían tan campantes, picoteando por el corral y los prados, comiendo cereal y gusanos…
—Por qué no te vas a la puta mierda —gruñó Luciano, que llevaba un buen rato mascando un nabo reseco.
Román escuchaba con el ceño fruncido mientras pelaba con dedos temblorosos unas bellotas heladas. Miraba la navaja, miraba a Mauro. No conocía de nada a aquellos tres tipos con los que le había tocado patrullar por el monte. Cuando se dieron cuenta de que el enemigo era más fuerte que ellos, corrieron a buscar refugio; y suerte tuvieron de encontrar aquel hueco en una pared de piedra.
En el interior de la cueva, los cuatro soldados se apretujaban unos contra otros para darse calor, para no morir congelados, para seguir vivos hasta que pasase el peligro. Si es que lograban salir con vida de aquel confinamiento.