LA
INSOPORTABLE PESADEZ
Ya me habían avisado, pero
todavía me cuesta creer que en las pocas semanas que han pasado desde que dejé
de fumar haya engordado siete kilos, ¡qué barbaridad! No entro en los
pantalones y se me ha puesto el cuerpo como un botijo… Y no, no me da la gana,
me niego. Así que hace doce días he empezado un régimen: lechuguita, caldos
desgrasados, pescado sin sal, nada de alcohol… Todavía no he adelgazado ni un
gramo, pero he leído en todas las revistas que hay que ser perseverante y que
los resultados terminan viéndose a medio plazo. Lo que tengo que evitar a toda
costa son los pinchos del desayuno, los aperitivos de los domingos, las
reuniones alrededor de unos vinos… Total, que me he convertido en una asceta y
ya no tengo vida social. Todo sea por recuperar mi línea antes del verano,
sniff.
—¡Mamaaaá, que te pongas! Es
tía Menchu. –Le dirijo a Carlota una mirada de desaprobación cuando me alarga
el teléfono, pero no la ve; ha desaparecido por la puerta de la cocina con los
cascos puestos y cantando algo en inglés. Esta hija mía parece tonta, de
verdad. ¿Qué no habrá entendido cuando le pedí que dijera «no estoy en casa y
no sé cuándo volveré»? Los adolescentes de hoy en día es que no escuchan.
—No me sirven tus excusas,
Piluchi, y no me hagas enfadar —siempre me ha resultado difícil desarmar a mi
hermana—. Ya hace dos semanas que te escaqueas de la partida y no me convencen
ni un pimiento tus razones. Si no vienes hoy te prometo que mañana voy a tu
casa y no despego el dedo del timbre hasta que salgas. Y cuando se funda
aporrearé la puerta hasta que abras. Por cierto, te recuerdo que mañana es el
cumple de Rita. Hemos puesto un fondo para el regalo y he adelantado tu parte,
ya me pagarás. Iremos a cenar al «Wolly» y luego a tomar unas copichuelas y echar
unos bailes, jeje… ¡Ya verás qué diver!
—Está bien, está bien —cedo.
Lo cierto es que no tengo más opciones. Desde pequeña, Menchu siempre se las ha
arreglado para salirse con la suya, menuda es mi hermanita.
El sábado me presento en ese
restaurante tan de moda. Ya están todas en la barra y alguien me pone un vaso
de vino blanco en la mano. Me he prometido controlarme y le doy unos sorbitos.
Al poco, el camarero vuelve a rellenar mi copa, doy otro traguito y me empiezo
a relajar. ¡Hacía tanto que no bebía y
está tan rico!
Después de unas rondas y unos
entrantes riquísimos, gentileza de la casa, ya me siento integrada. La verdad
es que echaba mucho de menos estar con mis amigas. Además los canapés son de
setas, espárragos y langostinos; esto no engorda fijo, es verdura y marisco,
muy ligero todo. Lo dicen los expertos.
El camarero nos conduce hacia
el comedor. Vamos haciendo chistes entre nosotras y riendo, los vinitos están
haciendo su efecto. Tomo asiento y ya noto la presión del vaquero en mi cintura,
qué horror. Hoy me puse el único pantalón que me entraba y noto que el botón
está a punto de saltar y mis lorzas de desparramarse, ¡y aún no hemos pedido la
cena! Entonces es cuando decido que esta noche nada me va amargar la fiesta,
así que me suelto el botón y me bajo la cremallera. ¡A comer y a beber se ha
dicho, que un día es un día!
Desfilan por la mesa las
croquetas de queso, los buñuelos de bacalao, las albóndigas de cachón en su
tinta, todo delicioso. Después llegan las ensaladas con beicon, queso fundido y
trocitos de pan tostado, para chuparse los dedos. De segundo, un plato para
cada una. Y todavía me queda sitio para el postre, café, chupitos…
Me temo que ni bailando tres
horas en esta pista me bajará la cena. Eso sí, me lo estoy pasando como nunca. ¡A
tomar por saco el régimen, por lo menos hasta el lunes!