REINVENTARSE
O MORIR
Disfrazado de vendedora de
manzanas aguardo mi turno junto al resto de comerciales en la sala de espera.
El gerente de la sidrería asoma medio cuerpo por la puerta y risueño menea una mano arriba, abajo, arriba,
abajo. ¡Siguieeente!, chilla con voz aflautada, y un hombre regordete y
colorado, con dos trenzas rubias postizas, entra danzarín con su canastilla de
fruta. Yo aprovecho estos minutos para repasar mi discurso y practico la
ridícula reverencia que aprendí en el cursillo de vendedor. Y mientras me atuso
los bigotes, no paro de preguntarme si
se me habrá pasado algo por alto.