COLORES
Fátima avanza tropezando entre
los cascotes con su muñeca escondida bajo la chilaba. La polvareda levantada
por los edificios caídos tras el bombardeo le impide orientarse. Ensordecida y medio
ciega, choca contra algo blando, cae sobre unos cuerpecitos mutilados y, al
incorporarse, aparecen frente a ella los escombros de la escuela judía. Aturdida,
ve una luz tras una puerta desvencijada y abandonando sus recelos echa a correr
hacia ella.
Tendido en el suelo con una
linterna en la mano, Jakob le invita a acercarse y le ofrece una pintura
amarilla. Con trazos temblorosos, el niño está emborronando de azul la mitad
superior de un folio: de izquierda a derecha, angustiado, lo va tiñendo de un
luminoso celeste. La niña se tumba a su lado y despacito dibuja en una esquina
el sol. Las líneas de Jakob pronto se rozan con el círculo dorado de Fátima y,
sonrientes, celebran la llegada de un nuevo color.
Verde esperanza.
Mano a mano, rellenan de
vegetación el resto de la cuartilla hasta completar la estampa del paraíso
terrenal. Fátima acuesta a su muñeca sobre el lienzo y cogiéndose de la mano, los
dos niños se sientan a esperar que se disipe la niebla.