TRAGADERAS
Las palabras que ha aprendido
por la noche las paladea poniendo toda su atención. Las dulces, «te quiero, vida mía», escasean tanto
que se deleita triturándolas, saboreándolas. Pero de tanto llevarlas de un lado
para otro de la boca (¿veinte veces, cincuenta, cien?), terminan desapareciendo
diluidas en su saliva. Las más amargas, «¡zorra,
malnacida!», las escupe, sin más. Al principio se las tragaba enteras, pero le
salían úlceras en la cara y el cuello y su madre le recomendó que intentara
evitarlas.
Las que suele haber de postre, «sin ti no puedo vivir», le son muy agrias. Siempre se le hacen bola
hasta que consigue pasarlas.