EL
NIDITO
El «estudio diáfano, céntrico»
del anuncio resultó ser una antigua carbonera rehabilitada con una ventanita
encima del fregadero; eso sí, orientada al sur. Para dividir espacios hice
instalar un tabique hasta el techo, con espejos por ambos lados. Daba tal
sensación de amplitud que decidí colgar otro detrás del cabecero. El viernes,
para la inauguración, descorché unas botellas de sidra con los amigos. Cuando ya
nos despedíamos, Diego insistió en que no podía conducir, que veía doble, y se
quedó en casa. En mi cama. No me dejó dormir en todo el fin de semana.
Insaciable, practicaba todo tipo de posturas, excitado con nuestras imágenes
reflejadas. El lunes ni nos levantamos; el martes se acabaron las provisiones
de la nevera; así que el miércoles, en el despacho…
—Oye, Clarita, reina —me
despertó mi socia. Tenía la cabeza apoyada en el teclado y percibí cierto tono de reproche en su voz—. Ya te
vale, ¿eh? Este expediente era para ayer. Venga, mueve… ¿Llevas betún o son
ojeras? —Ahora la noté envidiosa.
Esa tarde le comuniqué a Diego
que lo nuestro no podía ser. Por supuesto, los espejos se quedaron donde
estaban, con el dineral que me habían costado…