CASO RESUELTO
—Si ya lo
decía yo: ese hombre nunca fue trigo limpio —asevera Julita, la panadera,
mientras se restriega las manos de harina en el delantal—. Lo sorprendente es
que no lo descubriéramos antes. ¡Cuatro sabuesos envenenados en un mes! Y ahora
el pobrecito teckel, con lo simpático que era...
Es la hora
del descanso antes de comer y a los vecinos de esta aldea les gusta
reunirse junto a la chimenea del mesón a tomar el aperitivo y repasar los
acontecimientos del día.
—A mí también
me daba mala espina el guardia civil —ahora es Marisa, la pescadera, la
que toma la palabra—. Todos los perros le ladraban incluso antes de que doblara
la esquina.
Don Severino,
el cura, reflexiona meditabundo y escupe el hueso de una aceituna:
—Como mínimo,
era sospechoso que no investigaran el caso con más profundidad, ¡tenían al
mismísimo demonio infiltrado entre sus filas! —Se mete otra aceituna en la boca
y prosigue—. En todos los rebaños del Señor, ¡ay!, tiene que haber
siempre una oveja negra. Que cumpla su condena y después que venga a la parroquia
a confesarse.
El periódico
local va pasando de mano en mano, mientras se mofan de lo feo que ha salido el
Nardo en las fotos. El caso del envenenador de perros de Jumentera ha sido
resuelto, «…gracias a las pesquisas realizadas por uno de sus vecinos. Bernardo P.,
propietario del bar, descubrió al bellaco…».
Les hace
gracia salir en la prensa. A fin de cuentas, Jumentera es un pueblo de esos
donde nunca pasa nada.