EL
ARTISTA
—Déjala a ella que sea pájaro
—le susurra la voz interior.
David asiente y coge un lápiz
de color azul para pintar las alas, después el amarillo para trazar un pico
desproporcionado y con una risita perversa le añade unos zapatos de tacón. Siguiendo
más instrucciones, va deformando hasta el esperpento al resto de monigotes
esparcidos por la hoja de su cuaderno de dibujos.
Hace años que la mandó callar,
todo eran protestas. Él lo único que pide es terminar sus obras tranquilo. Y
mientras contempla el boceto de la sirena, empuña la motosierra y comienza a
cortar por la mitad.