AGORAFOBIA
Todo lo que pasa, pasa por la
escalera. Apostado tras la puerta de la entrada, vigilo el trasiego de los vecinos.
Los tablones centenarios crujen con suavidad o protestan quejumbrosos abrumados
por el peso de sus cuerpos. Algunos peldaños se hunden rendidos bajo las
pisadas cansinas de las viejas, los saltitos de los niños, el trote de los
jovenzuelos… Reconozco a cada uno de ellos por sus andares, por sus taconeos
firmes, por su forma de arrastrar los pies, mientras resoplan y hacen pequeñas
escalas cuando regresan cargados con la compra.
Tras el accidente no he vuelto
a salir de casa. Desde mi silla de ruedas, permanezco atento al bullicio de la
escalera, casi ni duermo, pero así soy feliz. Vivo en el primer piso y mis
ventanas dan a un callejón sombrío, de modo que me he acostumbrado a oír pasar
la vida, más que a verla.
Ayer dos vecinas charlaban en
el rellano. Agucé el oído. La comunidad ha aprobado la instalación de un
ascensor. ¿Qué va a ser de mí?