UN
PASO ADELANTE
Pero esta vez, ella lloró sin
correr a disimular su llanto entre fogones y ollas, como venía haciendo los
últimos ocho años, cuando le veía derramar el vaso de leche sobre el mantel en
las comidas o le limpiaba con la servilleta la boca para quitarle los restos
de puré. Esta vez, las lágrimas de Emilia se mezclaban con las de su hijo
Ernesto, que aplaudía entusiasmado como un niño al ver que había logrado
anudarse los cordones de sus playeras.