EL
ARMA DEL DELITO
—Así, tontamente, acabe
pegándome un tiro en la cabeza, o me estrangule, o me apuñale, o algo peor. No
se puede confiar uno. Ca. Hace tiempos que no pego ojo por culpa de sus
ronquidos, casi me alegro de que se haya
muerto el puñetero viejo.
El nonagenario cuenta su
versión de los hechos a los sanitarios del asilo sobre la repentina muerte de
su compañero de habitación. No suelta el bastón blanco ni cuando llegan los
agentes de policía, con sus guantes y sus
maletines negros. Ha tenido suerte, esos novatos no se atreverán a
quitárselo.