ALGUIEN AL OTRO LADO
—Judit,
cariño, cierra los ojos y duérmete. —Carlos la arropa con el edredón de
dibujos y le da un beso en la frente.
—Papi, no
apagues la luz del pasillo, eh. —La niña abraza a su muñeca Dora—. ¿Has
mirado debajo de la cama?
—Que síii…,
tranquila. Hala, a dormir, que es tarde. —Sale del cuarto dejando la puerta
entornada.
Y comienza la
pesadilla.
Debajo de la
almohada, Judit esconde siempre su linterna de los campamentos. Sigilosa se
incorpora, se arrodilla sobre la moqueta y alumbra con el foco bajo el lecho.
Nada. Se acerca de puntillas al armario, revuelve entre los vestidos colgados.
Tampoco nada. Entonces observa un temblor tras las cortinas. «¡Qué mal te has
escondido hoy, tonto!», le censura divertida, agarrándole del rabo y arrastrándole
por el suelo. Deslumbrado por la luz, el monstruo se tapa los ojos con las
garras, indefenso. La niña le sujeta a la sillita de paseo de su bebé y le
obliga a tragarse todo el mejunje blanco del biberón. Después, le peina las
greñas y le hace unas coletitas.
—Ahora te
pondré el disfraz de princesa, ya verás, ya…
Momento que
aprovecha el pobre diablo para saltar por la ventana.