MELISSA
G.
—… naricilla respingona y un
cuerpazo de escándalo. Bien, señor —el empleado aporrea las teclas, la pantalla
comienza su búsqueda—. ¿Algún detalle más que pueda sernos útil? ¿Lunares,
tatuajes?
Niego con la cabeza,
impaciente. Unos minutos después, le oigo decir «aquí la tenemos». Se levanta
de la silla y me hace un gesto para que le siga al almacén. Abre una cajonera
metálica, señala a la chica. «¿Es esta, verdad?». Asiento. «Déjeme el carné». Se
lo entrego y apurado me acerco a una cabina. Meto la cinta en el vídeo, la
rubia me guiña un ojo y sin perder un segundo más me desabrocho los pantalones.